Rompiendo el molde (artículo)




En un mundo cercenado por el materialismo, el hedonismo, el egoísmo, el individualismo, entre otros "ismos", ser humano resulta complicado y la educación escolarizada todavía no ha hecho lo suficiente para evitar la indiferencia ante la desigualdad.

En este escenario, la educación juega un papel determinante para lograr una sociedad más justa y los profesores somos los principales artífices de realidades alternativas cuando asumimos con gallardía un rol como agentes de cambio cognitivo, afectivo y social.

Entre maestros, hablar de "nosotros" es reconocernos como responsables no sólo de nuestra individualidad sino también de la de los demás, porque el otro puede ser mi médico, mi policía, mi presidente, pero también puede ser mi ladrón, mi secuestrador, mi verdugo. El otro también es mi responsabilidad, pero, ¿qué estoy haciendo por él?

Es verdad que nadie nos ha enseñado a colaborar con probidad, pero esto no es argumento válido para permanecer absortos, apáticos, indolentes, condenados al subdesempeño crónico y a repetir acríticamente patrones culturales obsoletos. La educación no puede convertirse en la antítesis de las más nobles aspiraciones humanas.

En nuestros pueblos modernos, existen muros que obstruyen el avance de ideas progresistas que versan sobre el bien común, por ejemplo, el miedo irracional al cambio. Tristemente, muchos de los niños y jóvenes con pensamiento divergente o disruptivo, que cuestionan, que proponen, que desean participar, son violentados en los espacios donde se desenvuelven: la familia, la escuela, la iglesia, entre otros. Empero, la historia nos ha demostrado que son las mentes divergentes las que rompen los moldes y cambian al mundo.

En algunas tribus sudafricanas existe toda una filosofía de vida llamada "ubuntu", donde se reconoce la unicidad como parte necesaria y valiosa de un todo integrado, es decir, se trata de una regla ética holística donde "soy porque nosotros somos". ¿Podemos transformar una escuela para co-crear una cultura basada en este tipo de ideales? Por supuesto.

David Noel Ramírez Padilla plantea una idea interesante que abona a ello. Describe el pago de la hipoteca social como un antídoto contra la indiferencia, de manera que aprendamos a reconocer en la otredad una riqueza invaluable para resolver muchos de nuestros problemas sociales. Quienes hemos sido beneficiados con diferentes talentos, carismas, dones, conocimientos, habilidades, etc., tenemos una deuda con los menos afortunados.

 Al final, en el ocaso de nuestras vidas, no importará la religión que profesamos, ni el partido político al que militamos, ni el sindicato al que idolatramos, ni todo lo que compramos, ni la preferencia sexual, ni el color de la piel, pero sí sabemos que en la memoria colectiva, los maestros memorables serán aquellos que se distingan por el bien ser, el bien hacer y el bien tener en cada aspecto de sus vidas, porque son fuente de motivación y nos inspiran a ser mejores, a mirar con otros lentes la grandeza de los demás, a tenderles la mano, a creer en forma sublime que el éxito colectivo y honrado es digno de la humanidad.

Finalmente, nunca sabremos hasta donde llegará la influencia positiva, propositiva y proactiva de los buenos maestros, pero el legado siempre estará ahí, interactuando en las calles, en las escuelas, en los ayuntamientos y en todos lados. En este mundo todos estamos de paso, pero la educación siempre es la mejor manera de hacer trascender lo bueno, porque el mal es mal aunque todo mundo lo haga y el bien es bien aunque nadie lo practique

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